viernes, 5 de febrero de 2010

EL MUNDO VISIBLE Y EL INVISIBLE - LA REGIÓN QUÍMICA - en vímeo y en you tube -


CAPÍTULO III

EL MUNDO VISIBLE Y EL INVISIBLE

Si uno que fuera capaz de usar conscientemente su cuerpo espiritual con la misma facilidad que nosotros usamos nuestros vehículos físicos, volase desde la Tierra al espacio interplanetario, esta y los otros planetas de nuestro sistema solar se le aparecerían como si estuvieran compuestos de tres clases de materia. La materia más densa, que es nuestra visible Tierra, se le aparecería como si fuera el centro de la pelota, al igual que la yema ocupa el centro del huevo. Alrededor de este núcleo observaría una materia de un grado más fino, dispuesta uniformemente en relación a la masa central, del mismo modo que la clara está dispuesta externamente a la yema. Mediante una investigación un poco atenta, descubriría también que esta segunda clase de sustancia interpenetra la Tierra sólida hasta el mismo centro, al igual que la sangre se filtra a través de las partes más sólidas de nuestra carne. Por la parte de afuera de estas dos capas interpenetradas y combinadas de materia, observaría una tercera capa aún más fina, que correspondería a la cascara del huevo, aunque esta tercera capa es la más fina y sutil de los tres grados de materia y que interpenetra ambas capas internas.
Como acabamos de decir, la masa central, vista espiritualmente, es nuestro mundo visible, compuesto de sólidos, líquidos y gases. Todo ello constituye la Tierra, su atmósfera y también el éter, del cual la ciencia habla hipotéticamente diciendo que interpenetra las sustancias atómicas de los elementos químicos. La segunda capa de materia es llamada el Mundo del Deseo, y la parte más externa la conocemos con el nombre de Mundo del Pensamiento.
Una pequeña reflexión sobre el asunto nos llevará a la evidencia de que es necesaria una constitución de tal naturaleza para explicarnos los hechos de la vida tal cual los vemos. Todas las formas en el mundo, alrededor de nosotros, están constituidas pos sustancias químicas: sólidas, líquidas y gaseosas, pero en lo que concierne a su movimiento, estas formas obedecen a un impulso distinto y separado, y cuando esta impulsiva energía desaparece, tal forma se hace inerte.
Una máquina funciona por el impulso que recibe de un fluido aeriforme llamado vapor. Antes que el vapor llene su cilindro, la máquina permanece quieta, y lo mismo pasa cuando la fuerza impelente se cierra, paralizando su acción. La dinamo gira bajo la influencia aún más sutil de una corriente eléctrica que puede también hacer funcionar un aparato telegráfico o hacer sonar un timbre eléctrico; pero la dinamo cesa en su veloz giro y el sonido persistente de un timbre se apaga cuando el paso de la corriente eléctrica se interrumpe. La forma del pájaro, del animal y del ser humano también cesa en su movimiento cuando la fuerza interna que llamamos vida ha volado.
Todas las fuerzas están impelidas al movimiento por el deseo: el pájaro y el animal recorren la tierra y el aire en su afán de asegurarse el alimento y la guarida, o con el propósito de procrearse; el hombre se mueve también por deseos semejantes, pero tiene en adición otros incentivos más altos para moverse y esforzarse, y entre ellos está el de una acción rápida que lo ha inducido a construir la máquina de vapor y otros inventos que se mueven obedeciendo sus directivas.
Si no hubiera hierro en las montañas, el hombre no podría construir máquinas. Si no hubiera cal en el suelo, la estructura huesosa del esqueleto sería imposible, y si no hubiera Mundo Físico, con sus elementos sólidos, líquidos y gaseosos, este cuerpo denso nuestro no hubiera tenido existencia nunca. Razonando bajo líneas semejantes, debe resultar evidente que si no hubiera Mundo del Deseo compuesto de materia mental, no tendríamos medio de formar sentimientos, emociones y deseos. Nosotros percibimos con nuestros ojos físicos un planeta compuesto de tales materiales, pero si no hubiera ninguna otra sustancia,
en él podría vivir el reino vegetal que crece inconscientemente, pero que no tiene deseos que lo obliguen a moverse. Sin embargo, los reinos humano y animal serían cosas imposibles.
Además, en el mundo hay un número infinito de cosas, desde la más simple y más cruda a los inventos más complejos y asombrosos, que se deben a la mano y la inteligencia del hombre. Todo ello revela el pensamiento y la ingeniosidad de éste. El pensamiento también debe tener su origen como la forma y el sentimiento.
Hemos visto que era necesario tener el material adecuado para construir una máquina de vapor o bien un cuerpo, y razonando sobre la base de este principio convendremos en que con objeto de obtener el material para expresar deseo, debe haber un mundo también compuesto de materia de deseos. Llevando nuestro argumento a una conclusión lógica, sostenemos también que a menos que un mundo del pensamiento facilite un depósito de materia mental del cual podamos tomarla, sería imposible para nosotros el pensar e intentar las cosas que vemos aún en la forma de civilización más primitiva.
Así pues, será claro y verosímil que la división de un planeta en mundos no está basada en una especulación metafísica caprichosa, sino que es una necesidad lógica en la economía de la Naturaleza. Por lo tanto, debe ser tenida en cuenta por cualquiera que desee estudiar y anhele comprender la Naturaleza interna de las cosas.
Cuando vemos a un tranvía moverse a lo largo de nuestras calles, este movimiento no está
suficientemente explicado con decir que el motor está accionando por electricidad de tantos amperios y tantos voltios. Estos nombres únicamente aumentan nuestra confusión hasta que hayamos estudiado por nosotros mismos completamente la ciencia de la electricidad, caso en el cual veremos que el misterio se hace mayor, porque mientras el tranvía pertenece al mundo de la forma inerte perceptible a nuestra visión, la corriente eléctrica que lo mueve pertenece al reino de la fuerza, el invisible Mundo del Deseo, y el pensamiento que lo ha inventado y que lo guía viene de un plano mucho más sutil, llamado Mundo del Pensamiento, el hogar del espíritu humano, el Ego.
Puede objetarse que esta línea de argumentación torna a una materia simple excesivamente intrincada, pero un poco de reflexión nos señalará pronto la falacia de tal reparo. Vista superficialmente, cualquiera de las ciencias parece excesivamente simple. Por ejemplo, anatómicamente podemos dividir al cuerpo en carne y hueso; químicamente, es dable hacer la simple división de sólidos, líquidos y gaseosos, pero para dominar la ciencia de la anatomía es necesario emplear muchos anos de aplicación y llegar a conocer hasta los nervios más pequeños; los ligamentos que forman las articulaciones entre diversas partes del esqueleto; las diversas clases de tejidos y su disposición en nuestro sistema, donde forman huesos, músculos, glándulas, etc., cuyo conjunto conocemos como cuerpo humano.
Para entender y dominar la química debemos estudiar los aspectos del átomo, los cuales determinan su capacidad de combinación con otros elementos, junto con calidades tales como peso atómico, número atómico, etcétera.
Se están presentando constantemente nuevas maravillas al químico más competente, quien comprende de un modo más amplio la inmensidad de la ciencia de su elección.
El abogado más joven que acabo de doctorarse sabe más de los casos más complejos, en su opinión, que los jueces del Tribunal Supremo, quienes han deliberado durante muchas horas, meses y aún años del modo más profundo sobre las decisiones que debían tomarse. Pero aquellos que, sin haber estudiado nunca, creen que ellos saben y comprenden, y que están capacitados para discurrir sobre la más profunda de las ciencias, la ciencia de la vida y del ser, se equivocan de medio a medio. Después de años de paciente estudio, de una santa vida empleada en profunda aplicación, un hombre queda a menudo perplejo ante la inmensidad de la ciencia que él estudia. Encuentra que es tan vasta en ambas direcciones, en lo grande y en lo pequeño. que es imposible encasillarla, que el lenguaje humano no tiene palabras para calificar lo que ve y que la lengua debe permanecer muda. Por lo tanto, nosotros sostenemos (y hablamos escudados en un conocimiento adquirido después de muchos años de investigación y estudio profundos) que las distinciones más sutiles que hemos hecho y que haremos, no son de ningún modo arbitrarias, sino de absoluta necesidad, como lo son las divisiones y distinciones hechas en anatomía y química.
Ninguna forma en el mundo físico tiene sentimiento en el verdadero sentido de la palabra. Es la vida que en ella mora la que siente, como veremos en seguida mediante el hecho de que un cuerpo que responde al más ligero contacto cuando está animado por la vida, no muestra ninguna sensación, aunque sea cortado en astillas, una vez que la vida ha volado de él.
Se han llevado a cabo demostraciones por hombres de ciencia, especialmente por el profesor Bose, de Calcuta, para señalar que hay sentimiento en tejidos de un animal muerto y aún en el estaño y otros metales, pero nosotros sostenemos que los diagramas que parece que demuestran sus argumentos y creencias, en realidad no son sino una respuesta a los impactos semejantes al bote de una pelota de goma, y que no deben ser confundidos con esas sensaciones y sentimientos tales como amor, odio, simpatía y aversión.
Goethe también, en su novela Wahiverwandtschaft (Afinidades electivas), nos da algunas bellísimas ilustraciones con las que parece que hace amarse y odiarse a los átomos por el hecho de que algunas elementos se combinan en seguida, mientras que otras sustancias rehusan el amalgamarse; fenómeno producido por diferentes grados de velocidad a la cual vibran diversos elementos y a una desigual inclinación de sus ejes. Solamente donde hay vida sensible puede haber sentimiento de placer y dolor, tristeza o alegría.

del libro "Los Misterios Rosacruces", de Max Heindel


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