jueves, 4 de febrero de 2010

EL PRIMER CIELO


EL PRIMER CIELO

En el Primer Cielo, el cual está colocado en las regiones superiores del Mundo del Deseo, el panorama de la vida vuelve- a proyectarse y a revelarnos todas las escenas en que procuramos ayudar o beneficiar a los demás. No hubo ninguna sensación de ellas en el momento de ser revistadas en las regiones inferiores, porque los deseos más elevados no se pueden expresar en la grosera materia de que están compuestas las regiones más bajas del Mundo del Deseo, pero cuando el espíritu asciende al Primer Cielo colecta de cada escena todo el bien que realizó en la vida. Sentirá el reconocimiento exteriorizado por aquellos a quienes ayudó, y al ver alguna escena en la que él fue el favorecido y sintió por tal favor el debido agradecimiento, volverá a sentir nuevamente la misma gratitud. Todas estas sensaciones se amalgaman en el espíritu para servir, en una vida futura, de incentivo para el bien, y como resultado de todo esto el alma se purga del mal en el purgatorio y se robustece para el bien en el Primer Cielo.
En una región, el extracto del sufrimiento se convierte en conciencia para contenernos de hacer mal; en la otra, la quintaesencia del bien se transmuta en benevolencia y altruismo, que son las bases de todo progreso de verdad. Además, el purgatorio no solo está muy distante de ser un lugar de castigo, sino acaso es el reino más benéfico de la naturaleza, porque a causa de la purgación operada allí, nacemos inocentes vida tras vida.
Las tendencias para cometer el mismo pecado por el cual sufrimos en él, permanecen con nosotros, y las tentaciones para cometer los mismos errores nos asaltarán en nuestro camino hasta que hayamos aprendido conscientemente a dominar el mal aquí, pero la tentación, no obstante, no es pecado, pues el pecado consiste en caer en la tentación.
Entre los habitantes del mundo invisible hay una clase que vive una vida en extremo dolorosa, algunas veces durante cierto número de años, y esta clase es la de los suicidas, que intentaron escapar de la escuela de la vida. Sin embargo no es un Dios airado o un demonio malévolo quienes les infligen los castigos, repetimos, sino la ley inmutable que somete a todo suicida a los sufrimientos correspondientes a cada distinto caso.
Hemos dicho anteriormente, al referirnos al Mundo del Pensamiento, que cada forma en este molde vibratorio emite un sonido armonioso determinado. Este sonido atrae y constituye a la materia física en la forma que nosotros vemos, tal como cuando ponemos un poco de arena sobre un cristal plano y frotamos su borde con un arco de violín, vemos que la arena forma figuras geométricas distintas, las cuales mudan de aspecto a medida que cambia el frotamiento con el arco y, por lo tanto, el sonido que emite.
El diminuto átomo colocado en el corazón es la muestra y el centro alrededor del cual se agrupan los átomos de nuestro cuerpo. Cuando aquél se retira del cuerpo al morir, dicho centro forma un vacío, y aunque el arquetipo continúa vibrando hasta que se llega al límite de nuestra vida, como hemos dicho anteriormente, no puede arrojarse ninguna materia en aquella forma hueca del arquetipo y, por lo tanto, el suicida sufre una situación angustiosa, horrible, un dolor como de sentirse vacío, una tortura que solo puede compararse a la sensación del hambre. En este caso el intenso sufrimiento continuará el mismo tiempo que el individuo debió vivir naturalmente en su cuerpo y hasta que al expirar ese lapso, el arquetipo sufra el mismo colapso que se sufre en el caso de morir en la forma común. Entonces cesa el dolor del suicida y comienza el período de expiación, como lo hacen los que mueren de muerte natural.
Pero el recuerdo de los sufrimientos experimentados como consecuencia del acto del suicidio permanecerá con él en vidas futuras y lo librarán de reincidir en semejante error.
En el Primer Cielo hay también otra clase que no tiene ninguna existencia purgatorial y que lleva una vida excepcionalmente feliz: los niños. Nuestros hogares pueden afligirse más allá de todo consuelo cuando la delicada. flor se troncha, y el rayo de Sol que nos trajo se ha eclipsado. Pero si pudiéramos observar la preciosa existencia que llevan estas criaturas y supiéramos los grandes beneficios que logran durante su limitada estancia allí, nuestra tristeza sería al menos aliviada en gran parte y la 'herida abierta en nuestro corazón se cicatrizaría más rápidamente. Además, como nada en el mundo acontece sin la debida causa, hay, pues, una razón de mucho más peso para la mortalidad infantil de lo que estamos acostumbrados a considerar, y a medida que la comprendamos seremos capaces de ir evitando para el futuro el doloroso espectáculo que damos cuando perdemos a uno de estos tiernos seres queridos.
Para comprender la causa debidamente, debemos retroceder a las experiencias de los moribundos en la hora de la muerte. Recordemos que el panorama de la vida pasada se graba en el cuerpo de deseos durante un período que varía de unas cuantas horas a tres días y medio, desde el momento preciso de expirar. Consideremos también que depende de la profundidad de la grabación la claridad de tal imagen y que cuanto más vivido sea el panorama de la vida, tanto más intensamente sufrirá el espíritu en el purgatorio y gozará después en el Primer Cielo, así como que a mayor dolor en el purgatorio más fuerte será la conciencia en la próxima vida.
Explicamos también el modo en que los horrores de la muerte en el campo de batalla, en un accidente u otras circunstancias horrorosas evitarían que el espíritu pusiera toda su atención en el panorama de la vida que empieza a proyectarse ante él, con el resultado de que solo se producirá en el cuerpo de deseos una ligera impresión de sus imágenes, seguida de unas vagas e insípidas existencias en el purgatorio y en el Primer Cielo. Asimismo dijimos que las lamentaciones histéricas en la cámara mortuoria producirían el mismo efecto.
Un espíritu que escape de este modo a los sufrimientos proporcionados a sus equivocaciones y que tampoco experimente los placeres relativos al bien que haya ¡hecho, no tendrá una conciencia bien desarrollada, ni será tan benévolo como debiera, y, por lo tanto, la vida terminada bajo tales condiciones, sobre las que el espíritu no tiene control, será parcialmente inútil. Los grandes guías de la humanidad, por consiguiente, toman las medidas necesarias para contrarrestar semejante calamidad y evitar una injusticia.
Para ello, el espíritu es obligado a renacer, dando ocasión de que muera en la infancia para que vuelva a entrar en el Mundo del Deseo, donde en el Primer Cielo se le enseñan las lecciones de las que se vio privado.
Como quiera que el Primer Cielo está localizado en el Mundo del Deseo —el cual es el plano de la luz y del color—, en el que la materia es rápidamente moldeada y conformada por el pensamiento. a los niñitos se les regalan maravillosos juguetes imposibles de ser construidos aquí. Se les enseña el modo de jugar con los colores que actúan sobre sus caracteres morales en la medida requerida exactamente por cada niño.
Cualquiera que tenga alguna sensibilidad, está afectado por el color de sus vestidos y de las cosas que lo rodean. Algunos colores tiene un efecto depresivo, mientras que otros nos inspiran energía, y otros más, por su parte, nos confortan por medio de su efecto sedante sobre nuestras naturalezas. En el Mundo del Deseo el efecto de los colores es bastante más intenso, allí son factores mucho más poderosos para el bien y para el mal que aquí, y en este juego de colores el niño asimila inconscientemente las cualidades que no pudo adquirir en razón del accidente sufrido o por los lamentos de sus familiares. Ocurre también con frecuencia que le toque en suerte a alguno de esos allegados tener que cuidar de un niño en el mundo invisible o quizás tener que nacer entre niños nuevamente y morir poco tiempo después. De tal modo, estas familias reciben la sanción por el error cometido. A medida que las guerras cesen, que el hombre aprenda a atender mejor su vida y también el adecuado trato que debe darse a los moribundos, la mortalidad infantil, que ahora es tan enorme, disminuirá.

del libro "Los Misterios Rosacruces", de Max Heindel

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