jueves, 4 de febrero de 2010

LOS EFECTOS OCULTOS DE NUESTRAS EMOCIONES



LOS EFECTOS OCULTOS DE NUESTRAS EMOCIONES

PRIMERA PARTE

LA FUNCIÓN DEL DESEO

Aquellos que están familiarizados con el estudio de este asunto conocen los desastrosos efectos que produce sobre el cuerpo físico un agudo ataque de miedo o de ansiedad. Sabemos cómo estas emociones alteran la digestión, interfieren los cambios metabólicos y la eliminación de los detritus y, en resumen, trastornan todo el sistema, con el Resultado de que en algunos casos la persona se ve forzada a guardar cama durante un tiempo más o menos largo, que depende de la importancia del ataque y de la fuerza resistiva de su constitución. Pero hay un efecto oculto que es igualmente serio o más aún y que generalmente no es comprendido y puede, por lo tanto, ser de un beneficio considerable el examinar este efecto oculto de equilibrio y pasión, ira y amor, pesimismo y optimismo.

Por el estudio del Concepto Rosacruz del Cosmos sabemos que nuestro cuerpo de deseos fue generado en el Período Lunar. Si el lector desea obtener una imagen mental de la forma que entonces tenían las cosas, no tiene sino estudiar la configuración del feto que encontrará ilustrado en cualquier libro de anatomía. En él hay tres partes principales: la "placenta", que está llena de sangre de la madre; el "cordón umbilical", que lleva este torrente vital, y el "feto" que está nutrido desde el estado embrionario hasta la madurez por aquella corriente.

Imagínese ahora en tal lejano período al firmamento como una inmensa placenta de la cual pendían millares de millones de cordones umbilicales, cada uno con su apéndice fetal. Por todo el conjunto de la familia humana, entonces en formación, circulaba la sola esencia universal del deseo y emoción, generando en todos los impulsos necesarios para la acción que ahora se manifiestan en las múltiples fases del trabajo humano, aquellos cordones umbilicales y apéndices fetales estaban formados de una materia de deseos húmeda por las emociones de los "Ángeles lunares", mientras que las ígneas corrientes de deseos que se esforzaban en imbuir la vida latente en la humanidad, entonces formándose, eran generadas por los ígneos "Espíritus marcianos" de Lucifer. El color de la lenta vibración primera que éstos pusieron en movimiento en aquella materia de deseos emocional fue el rojo.

A la vez que aquella tintura de disturbio (pues eso es realmente esta corriente constante, esta eterna intranquilidad que es la que nos impulsa a los hombres sin pausa ni reposo) se hallaba circulando en nuestro interior, el planeta sobre el cual nos hallábamos también circunda al Sol, que no hay que confundirle con el actual dador de luz, sino una pasada encarnación de la sustancia que compone nuestro actual sistema solar, y nosotros en cambio circundábamos al planeta sobre el cual morábamos desde la luz a las tinieblas, y desde el calor al frío.

De este modo se nos manipulaba desde fuera y desde dentro en un esfuerzo para excitar nuestra durmiente conciencia.

Hubo, naturalmente, un despertar, pues aunque ninguno de los parcialmente separados espíritus sumidos en un saco fetal individual podía sentir aquellos impactos, a pesar de ser muy fuertes, las sensaciones acumuladas de millares de millones de semejantes espíritus se sentían como un sonido en el Universo -"un grito cósmico, la primea nota de la armonía de las esferas"- que pulsaba una cuerda sola. Sin embargo, fue lo suficiente expresiva y de adecuada manera determinó los anhelos latentes y las aspiraciones de la incipiente raza humana de aquellos lejanos días.

Esta naturaleza de deseos ha evolucionado desde entonces; habiéndose hecho susceptible de numerosas combinaciones el ígneo marciano substrato de pasión y las ácueas bases lunares de emoción. Al igual que el pensamiento surca el cerebro en repliegues y la cara en líneas, así también las pasiones, deseos y emociones han cambiado la movible materia de deseos en líneas curvas, espirales, remansos, remolinos y vorágines que parece un torrente montañoso en el momento en que se halla en la mayor agitación, siendo muy raro que se halle en un descanso relativo. La materia de deseos, en sucesivos períodos de su evolución, se ha vuelto responsoria y simpática a una después de otra de las siete vibraciones planetarias emanadas del Sol, Venus, Mercurio, Luna, Saturno, Júpiter y Marte. Cada individual cuerpo de deseos durante este tiempo ha sido tejido bajo un dibujo único y como la lanzadera del hado vuela de allá para acá incesantemente sobre el telar del destino, este modelo se ha agrandado, embellecido y hermoseado aunque nosotros no podamos percibirlo. Así como el tapicero realiza su trabajo en el reverso del tapiz, así nosotros estamos tejiendo sin comprender realmente el designio final, ni ver la sublime belleza del mismo, debido a que aún se encuentra en el lado contrario de nosotros la faz oculta de la naturaleza.

Pero con objeto de que podamos comprenderlo mejor, tomemos algunos de estos hilos de pasión y emoción y veamos el efecto que tienen en esa forma, en esa imagen que Dios, el Maestro Tapicero, desea convertirnos.

Los mitos antiguos proyectan un destello luminoso sobre los problemas del alma y nosotros podemos, con provecho, considerar en este orden una cierta parte de la leyenda masónica.

Los masones son una sociedad de constructores -"tektons" en griego- aquella sociedad en realidad a la que pertenecieron José y Jesús, pues a éstos se les llama en la Biblia griega "tektons" -constructores- y no carpinteros como se les dice en la traducción ortodoxa. Los masones bajo Salomón fueron los constructores de ese templo místico proyectado por Dios, el gran "Archetekton" o maestro constructor, y construido sin sonar de martillo, respecto a lo cual Mansón habla en su maravilloso trabajo "El Sirviente en la Casa". Éste nos dice allí que "no hay necesidad de pilares de piedra o madera" porque tal templo "es una cosa que vive". "Cuando se entra en él se oye un sonido; sonido como de canto de poderosa antífona, esto es, "si se tiene oídos"; y si se tiene ojos, se verá realmente el templo, un misterio de espejismo de contornos y sombras, elevándose desde el piso a la cúpula. Continúa aún la edificación; algunas veces el trabajo se efectúa en tinieblas internas, y otras veces en cegadora luz."

Todo masón místico sincero sabe lo que este templo es y se esfuerza en construirlo. La leyenda masónica antigua nos dice que cuando Hiram Abiff, el maestro de obras encargado de la construcción del templo de Salomón, un edificio de Dios construido sin sonar de martillos, estaba llevando a cabo los preparativos para ejecutar su obra maestra, el "mar fundido" y había reunido materiales de todos los lugares de la Tierra y puestos en un "horno encendido" porque era un descendiente de Caín, "un hijo del fuego", quien también a su vez fue un hijo de Lucifer, el espíritu del fuego. Hiram se proponía hacer una aleación de claridad cristalina capaz de reflejar toda la sabiduría del mundo. Pero, según dice la historia, hubo entre los trabajadores ciertos traidores –espías de los Hijos de Seth- quienes por medio de Adán y Eva, eran descendientes del dios lunar "Jehová", quienes tenían afinidad por el agua" y quienes odiaban al fuego. Estos traidores echaron agua en el molde en el cual se iba a fundir el "mar fundido", "la Piedra Filosofal". En el choque del fuego con el agua se produjo una gran explosión. Hiram Abiff, el maestro constructor, siendo incapaz de mezclar los elementos en lucha, vio con indecible horror la destructora erupción de su intentada obra maestra. Mientras se hallaba observando la batalla de los espíritus del agua y del fuego, Tubal Caín, su antecesor, apareció y le invitó a que se arrojara en la rugiente masa.

Entonces fue llevado al centro de la Tierra donde vio a su primer progenitor, Caín, quien le dio "una palabra nueva y un martillo nuevo" lo cual le capacitaría, una vez que se hiciera proficiente en su uso, para mezclar los antagónicos elementos y extraer de ellos la Piedra Filosofal, la adquisición mayor que es posible conseguir para la humanidad.

Hay en esta simbólica historia más sabiduría que se puede encerrar en grandes volúmenes acerca del desarrollo del alma. Si el lector lee entre líneas y medita sobre las diferentes expresiones simbólicas, ganará mucho más de lo que es posible decir, puesto que la verdadera sabiduría se genera siempre interiormente y la misión de los libros es solamente para dar un indicio.

Desde aquellos días lejanos los ángeles lunares han estado encargados del ácueo y húmedo cuerpo vital compuesto de los cuatro éteres, que se conciernen a la propagación y sustentación de las especies, mientras que los espíritus de Lucifer se hallan especialmente encargados de los secos e ígneos vehículos de deseos.

La función del cuerpo vital es la de construir y sustentar el cuerpo denso, mientras que la del cuerpo de deseos envuelve la destrucción de los tejidos. Así, pues, hay una constate guerra en acción entre los cuerpos de deseos y vitales, y es esta guerra en el cielo lo que origina nuestra conciencia física en la Tierra de nosotros. Durante muchas existencias en épocas sin cuento, hemos actuado en distintos climas y lugares, y de cada vida hemos extraído una cierta cantidad de experiencia, acopiada y almacenada como fuerza vibratoria en los átomos simiente de nuestros diversos vehículos.

Por consiguiente, todos y cada uno de nosotros somos constructores y edificamos el templo del espíritu inmortal sin ruido de martillos; cada uno de nosotros es un Hiram Abiff, que se halla reuniendo material para el desarrollo del alma y arrojándolo en el horno de la experiencia de su vida, para allí manipularlo mediante el fuego de la pasión y del deseo. Todo ello está, lenta pero seguramente fundiéndose, la escoria

se está purificando en cada existencia purgatorial y la quintaesencia del desarrollo del alma se está extractando como consecuencia de nuestras numerosas vidas. Cada uno de nosotros se está preparando por este proceso para la iniciación -aprestándonos ya lo sepamos nosotros o no- aprendiendo a mezclar las ígneas pasiones con las suaves y gentiles emociones. El martillo nuevo o mazo con el cual el maestro de los trabajadores rige a sus subordinados es ahora una cruz de dolor y la nueva palabra es el dominio propio.

del libro "El Velo del Destino", de Max Heindel

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