jueves, 4 de febrero de 2010

LA MUERTE


LA MUERTE

Después de un tiempo más o menos largo, en todas las vidas, llega un momento en que las experiencias que un espíritu puede adquirir en el ambiente que actúa quedan agotadas, y la vida termina con la muerte.
Esta muerte puede ocurrir de repente y sin esperarla, como por ejemplo, debida a un terremoto, sobre el campo de batalla o por un accidente, como solemos llamarlo, pero en realidad la muerte no es nunca accidental, es decir, no estar prevista por las Fuerzas Superiores. "Ni un gorrión cae al suelo sin la voluntad divina."
Hay, a lo largo de la vida, divisiones del camino; en un lado, la línea principal de la vida continúa hacia adelante; el otro sendero conduce a lo que podemos llamar un callejón sin salida. Si el hombre toma por allí, pronto termina con la muerte. Nosotros estamos en la vida respondiendo al motivo de ganar experiencias, y cada renacimiento o encarnación ofrece cierta cosecha. Si ordenamos nuestra vida de manera tal que podamos ganar todo el conocimiento que se procuró proporcionarnos, seguiremos en la vida y llegarán a nosotros continuamente diversas clases de oportunidades. Pero si las despreciamos y la vida se mete en senderos que no son congruentes con nuestro desarrollo individual, se despilfarra el tiempo en perjuicio nuestro. Por lo tanto, los Grandes y Sabios Seres que están detrás del escenario de la evolución hacen que termine nuestra vida, para que podamos tener cuanto antes un nuevo comienzo en una esfera de influencia diferente. La ley de la conservación de la energía no rige solo al Mundo Físico, sino que opera también en los planos espirituales. No hay nada en la vida que no tenga un propósito definido. Hacemos muy mal en rebelarnos contra las circunstancias, no importa cuan desagradables sean; por el contrario, deberíamos esforzarnos en aprender las lecciones que están contenidas en ellas, para así poder vivir una vida larga y provechosa. Alguien puede objetar: "Usted es inconsecuente en sus enseñanzas. Dice usted que realmente la muerte no existe, que pasamos a una existencia más brillante y que tenemos que aprender lecciones allí, en aquellos planos, y en una esfera diferente de utilidad. ¿Por qué, entonces, debemos esforzarnos en vivir aquí una vida más larga?"
Es muy cierto que el autor hace tales manifestaciones, y ellas son perfectamente consecuentes con nuestros últimos asertos; pero hay lecciones que deben ser aprendidas aquí, en el mundo físico, las cuales no pueden ser aprendidas en ninguno de los otros mundos, y como a cada renacimiento tenemos que llevar nuestro órgano físico a través de los años de la infancia y cruzar la ardiente e impulsiva juventud hasta llegar a una edad adulta, antes que este vehículo resulte de verdadera utilidad espiritual, cuanto más vivamos después de alcanzar la madurez, cuanto más en serio miremos las cosas de la vida y aprendamos realmente las lecciones que determinarán el desarrollo de nuestra alma, cuantas más experiencias consigamos tener, más rica y provechosa será la recolección. Después, en una existencia posterior, estaremos mucho más avanzados y seremos capaces de emprender tareas que resultarían imposibles en una vida más corta y de actividad más reducida y estrecha. Además de esto, es muy doloroso para el hombre morir en la juventud, con esposa y familia de corta edad, a quienes ama; con ambiciones de grandeza sin realizarse; con huestes de amigos alrededor de él y con intereses concentrados en el plano material de existencia. Es también triste para el corazón de la mujer apegada a su hogar y a los adorados niños que ella ha dado a luz, abandonarlos, acaso sin que haya nadie que pueda velar por ellos con el debido celo; sabiendo que los tiernos angelitos tendrán que luchar solos en la batalla de la vida durante los años de la indefensa infancia, cuando tan necesarios son sus tiernos cariños y ella se vea impotente de ayudarlos, aunque su corazón sangre tan abundantemente como si estuviera en la vida terrenal. Todas estas cosas son tristes y atan al espíritu a la tierra por un tiempo más largo que de ordinario; imposibilitan adquirir las experiencias que es dable alcanzar tras la frontera de la muerte, y todo ello, junto con otras razones ya mencionadas, hace deseable vivir una vida larga antes de pasar al más allá.
La diferencia entre aquellos que pasan al más allá a una edad avanzada y los que abandonan esta tierra en el estado culminante de la vida, puede ser ilustrada con la forma en que el hueso de la fruta se adhiere a la pulpa cuando está sin madurar. Se necesita un gran esfuerzo para extraer el hueso de un melocotón verde. Tal es la fuerza con que se adhiere a la fruta, que arrastra consigo casi toda la pulpa cuando se quiere extraerlo. Así también el espíritu se aferra a la carne a la mitad de la vida, y una parte de su interés material permanece y lo retiene atado a la tierra después de la muerte.
Por otra parte, cuando se ha vivido una vida intensamente; cuando el espíritu ha tenido tiempo de realizar sus anhelos y ambiciones o comprobar su futilidad; cuando los deberes de la vida han sido cumplidos y la satisfacción descansa en la frente de una persona de edad avanzada, o cuando la vida ha sido dilapidada y los remordimientos de la conciencia han surtido sus efecto en el hombre, censurándole los errores cometidos; cuando realmente el espíritu ha aprendido las lecciones de la vida, como debe ser cuando se alcanza una edad avanzada, entonces puede comparárselo al hueso de la fruta madura que sale fuera sin vestigio de pulpa adherido a ella cuando se la abre. Así pues, repetimos que aunque hay reservada una existencia más brillante para aquellos que han vivido bien, es, no obstante, mejor el vivir una vida larga y vivirla de la manera más intensa que sea posible.
Nosotros sostenemos también que, no importa cuales fueren las circunstancias de la muerte de una persona, esta no es nunca accidental; ha sobrevenido bien por su negligencia para aprovechar las ocasiones de adelanto o desarrollo, o bien la vida ha sido vivida hasta el límite extremo. Hay una excepción a la regla, y esta es debida al ejercicio de la divina prerrogativa de la interferencia del hombre. Si nosotros vivimos con arreglo a lo dispuesto y ordenado, si asimilamos todas las experiencias fijadas para nuestro desarrollo por las Fuerzas Creadoras, viviremos hasta el limite final, pero nosotros mismos acortamos
generalmente nuestra vida por no aprovecharnos de las ocasiones. Ocurre también que oíros hombres pueden acortar nuestra existencia y terminarla de repente, en el momento en que se produce lo que llamamos accidente, motivo del que se valen los regentes divinos para dar fin a nuestra vida aquí. En otras palabras: los asesinatos o accidentes fatales debidos a la imprudencia o temeridad de los hombres son, en realidad, las únicas terminaciones de la vida que no han sido planeadas por los caudillos invisibles de la humanidad. A nadie se lo impele a asesinar o a que haga algún mal a otro, pues de lo contrario no tendría una retribución justa de sus actos. Cristo dijo que el mal debía venir, pero desgraciado de aquel por el cual el mal se produce, y para armonizar esto con la ley de la justicia divina —"lo que siembre un hombre, eso ha de recoger,"— debe haber por lo menos un absoluto libre albedrío con respecto a los actos malos.
Hay casos también en los que una persona hace una vida buena, de tan vasto beneficio para la humanidad y para si misma, que sus días se prolongan más allá del límite marcado, así como se acortan por las negligencias, pero tales casos son, por supuesto, demasiado pocos para que por ahora merezcan nuestra consideración.
Cuando la muerte no es tan rápida como en el caso de los accidentes, sino que ocurre en la casa a consecuencias de una enfermedad, callada y pacíficamente, los moribundos, por lo general, sienten que cae sobre ellos como un palio de gran oscuridad. Muchos salen de su cuerpo bajo esta condición y no vuelven a ver la luz hasta que han entrado en los planos superfísicos. Hay otros muchos casos, no obstante, en los que las tinieblas se esparcen antes de la salida definitiva del cuerpo. Entonces la persona moribunda ve ambos mundos a la vez y tiene conciencia de la presencia de sus amigos muertos y vivos.
Bajo tales circunstancias sucede muy a menudo que las madres ven a alguno de sus hijos que han muerto antes, y puede que exclamen alegremente: "¡Oh!, aquí está Juanito a loa pies de mi cama; pero parece que no ha crecido nada." Los familiares vivientes pueden sentirse doloridos y apesadumbrados, creyendo que la madre sufre alucinaciones, cuando, en realidad, tiene una vista más clara que ellos, pues está viendo a aquellos que han pasado el velo anteriormente, quienes acuden a darle la bienvenida y a ayudarla a dar los primeros pasos en el mundo en que está penetrando, para que se sienta allí como en su hogar.
Cada ser humano es un individuo separado de todos los demás, y como las experiencias en la vida de cada uno difieren de las de los otros en el lapso que va de la cuna a la sepultura, podemos razonablemente inferir que las experiencias de cada espíritu difieren de las de otro cualquiera cuando ha atravesado las puertas del nacimiento y de la muerte. A continuación insertamos la comunicación dada por el difunto profesor James de Harvard, en Bóston, en él templo espiritista, en cuyo mensaje su espíritu describe las sensaciones que experimentó cuando estaba pasando por la puerta de la muerte. No podemos afirmar su autenticidad, puesto que no lo hemos investigado personalmente.
El profesor James había prometido comunicarse con sus amigos después de la muerte y todo el mundo de investigadores psíquicos estaba y se halla aún esperando que cumpliera. Algunos médiums manifestaron que el profesor James se ha comunicado por intermedio de ellos, pero las manifestaciones más notables son las hechas en el templo espiritista de Bóston. Vedlas aquí:
"Y esto es la muerte: no hice más que caer como dormido para levantarme a la mañana siguiente y ver que todo está bien. Yo no estoy muerto, sino que he resucitado.
"Sólo sé que sentí una fuerte sacudida en todo mi sistema, como si una ligadura muy apretada hubiera sido rota violentamente. Por un momento quedé deslumbrado y perdí la conciencia. Cuando volví en mí, me vi junto a mi cuerpo físico, el cual me había servido tan fielmente y tan bien. Decir que me quedé sorprendido sería una expresión que no indicaría adecuadamente la sensación que sacudió todo mi ser, y yo comprendí que algún cambio maravilloso había tenido lugar. De repente tuve conciencia de que mi cuerpo estaba rodeado de muchos de mis amigos, y un denso deseo invencible se apoderó de mí de hablarles y tocarlos para poder hacerles saber que yo vivía aún. Acercándome un poco más a quienes habían sido de los más allegados a mí y también a otros que no lo eran tanto, los oprimí con mis manos, pero ellos no lo notaron.
"Entonces ocurrió que el significado total del gran cambio que se había producido mudó todos mis sentidos adquiridos recientemente; comprendí que me separaba una barrera infranqueable de mis seres queridos y que el gran cambio que se había operado era, sin duda, la muerte. Una sensación de debilidad y de deseo de descanso se apoderó de mí. Me pareció ser transportado a través del espacio y perdí la conciencia, para despertar en una tierra tan diferente, y a la vez tan parecida a la que había dejado atrás. No me fue posible describir las sensaciones al recobrar la conciencia y comprendí que, aunque muerto, estaba viviendo aún.
"Cuando tuve conciencia por la primera vez de mi nuevo ambiente, estaba descansando bajo una bellísima arboleda y veía como nunca antes lo había observado lo que era estar en paz conmigo mismo y con el mundo."
"Yo sé que solamente con la mayor de las dificultades seré capaz de expresarles a ustedes las sensaciones que experimenté cuando me di perfecta cuenta de que había despenado a una nueva vida.
Todo estaba en silencio, nada alteraba la paz y la quietud. La obscuridad me rodeaba. En efecto me parecía estar envuelto en una espesa neblina, hasta más allá de lo que podía penetrar la mirada. De repente a la distancia, percibí un glorioso resplandor que se acercó lentamente, y entonces, para mi gozo y alegría, distinguí la faz de aquella que había sido mi estrella guiadora en los primeros días de mi vida terrenal."
Una de las visiones más tristes para el vidente es el espectáculo de las torturas a que a menudo sometemos en el lecho de muerte a nuestros amigos moribundos, debido a la ignorancia que en esos momentos demostramos acerca del modo de tratarlos.
Tenemos una ciencia, la puericultura, por medio de la cual, al nacer un niño, el médico que se ha especializado durante muchos años de práctica en su profesión, adquiriendo una habilidad y capacidad extraordinarias, favorece la entrada del pequeño forastero en este mundo. Asimismo tenemos enfermeras especializadas y competentes que asisten a la madre y al hijo; el talento de mentes privilegiadas está dirigida a hacer más fácil y llevadera la maternidad; no se omiten penas, ni sacrificios ni dinero en el esfuerzo altruista dirigido al bien de uno a quien nunca hemos visto, pero cuando un amigo de toda la vida, la persona que ha servido a su prójimo bien y noblemente en su profesión, política o religiosamente hablando, está a punto de abandonar el escenario de sus actividades para introducirse en un nuevo radio de acción; cuando la mujer (que ha trabajado, con no menos buen deseo, en procura de que su familia desempeñe perfectamente su misión en la vida) tiene que dejar su hogar y familia; cuando uno a quien hemos amado toda la vida está por darnos su último adiós, nosotros estamos a su lado sin saber qué debemos hacer para ayudarlo, y quizás hacemos lo que más perjudica su bienestar y conveniencia.
Tal vez no hay forma de tortura más comúnmente infligida a los que están a punto de muerte que la causada cuando les administramos estimulantes. Tales drogas tienen el efecto de arrojar al espíritu que parte con la fuerza de una catapulta, para luego permanecer en él y hacerlo sufrir por algún tiempo más. Los investigadores de las condiciones del más allá han recibido muchas quejas de tales tratamientos. Cuando se ve que la muerte debe producirse inevitablemente, tratemos de que nuestro deseos egoísta no obligue a que el espíritu del ser querido moribundo permanezca un poco más a nuestro lado, mediante la aplicación de semejantes torturas sobre él. La cámara mortuoria debe permanecer en la quietud más solemne, ser un lugar de paz y de oración, porque desde aquel momento y durante tres días y medio después de exhalar el último suspiro, el espíritu está pasando su Getsemaní y necesita todo el auxilio que se le pueda prestar. El valor de la vida que acaba de pasar depende grandemente de las condiciones que prevalezcan entonces alrededor del cadáver, y aun las condiciones de su vida futura están influidas por nuestra actitud durante aquellos momentos, de modo que si siempre somos los defensores de la vida de nuestros hermanos, mil veces más debemos serlo a la hora de su muerte.
La autopsia que se hace al cadáver, el embalsamamiento y la cremación durante el período mencionado, no solo perturban mentalmente al espíritu que se va, sino que resulta un martirio, porque todavía subsiste una ligera conexión con el vehículo abandonado. Si las leyes sanitarias previenen la necesidad de evitar la descomposición del cuerpo mientras lo conservamos durante un período de tres días y medio, para al cabo de ellos someterlo a la cremación, puede encerrarse en una urna con hielo hasta que pase ese tiempo.
Después de este lapso el espíritu no sufrirá ningún dolor, sea lo que fuere que ocurra con el cuerpo.

del libro "Los Misterios de los Rosacruces", de Max Heindel

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